“No se trata de demostrar quién es el más cabrón en los madrazos, siempre se ha tratado de enseñar quién es el más vergas cantando, gritando y echando desmadre”.
Salvador platica con frases entrecortadas mientras camina sobre la calzada de Tlalpan media hora antes de que inicie el clásico América vs Pumas. La avenida rebasa el tráfico acostumbrado, los vehículos van a vuelta de rueda y la gente prefiere serpentearlos para arribar pronto.
Él sabe que las barras ya pasaron por ahí porque reconoce el rastro de papelitos que avientan las porras en su marcha al coloso de Santa Úrsula. “Cuando eres miembro de la barra, es cosa de estar todo el día con ella”.
Chava sabe esto mejor que nadie ya que formó parte del Ritual del Kaos por tres años. El punto de reunión de la primera línea de la porra, conformada por gente de Tepito e Iztacalco, es al mediodía en la estación del metro del último barrio mencionado. De ahí algunos hinchas van en busca de los instrumentos y las banderas, otros organizan los transportes que disponen para arriar con toda la gente al estadio.
A su llegada, los fanáticos se congregan debajo del Sol Rojo, escultura del estadunidense Alexander Calder que da la bienvenida a la instalación. Los clamorosos reúnen todo lo que van a introducir al estadio debajo del monumento para la revisión que la policía les realiza todos los partidos que el América juega en su casa.
Quince minutos después, Chava sube por la rampa uno e ingresa a la cancha. Se sitúa en la cabecera norte, el área de locales, a un lado de la pantalla que enmarca la zona general del estadio.
Los visitantes están de frente a los anfitriones. La Rebel entró antes que los locales debido a la logística policiaca. Esto evita que halla disturbios y violencia entre las barras.
La Monumental y Ritual del Kaos tienen una tradición en este clásico. Al enfrentarse con un equipo menor y una hinchada deficiente, los cremas entran a su sitio 10 minutos antes de que inicie el encuentro.
Los tambores cimbran y estremecen a la gente. De pronto hace su aparición las líneas de apoyo del América. Traen banderas, tocan, gritan y cantan. Las personas que visten de amarillo celebran la entrada triunfal de la comitiva. Inmediatamente, los adversarios irrumpen un Goya, mismo que es mitigado por las rechiflas de los americanistas.
Los primeros en volar sobre el césped son las águilas. El sonido local irrumpe con los nombres de los jugadores de la alineación. Guillermo Ochoa, Pável Pardo y Salvador Cabañas son los más vitoreados y aplaudidos por la afición al ser los pilares de la defensa, media y delantera del equipo, respectivamente.
Cuando irrumpen los Pumas de la Universidad en el terreno de juego, el griterío de las barras no deja que la afición azul y oro reciba a sus representantes. Sólo se ve el despliegue de sus banderas.
Los equipos se alinean según sus posiciones. Cuando el árbitro da el pitazo inicial, los cánticos y las porras arrancan las pasiones de los amarillos. Éstos no dan pie a que se escuchen los vítores de los rivales: la guerra ha iniciado.
Los estandartes de La Rebel ondean impulsados por el viento mientras que los de la afición americanista son avivados por el frenesí de los aficionados. Los puños de los fanáticos pumas se alzan al mismo tiempo mientras que las barras locales se hacen una al saltar igualmente de arriba hacia abajo.
El primer tiempo no trae consigo alguna jugada letal a los equipos. El Tuca Ferreti grita y ordena desde el límite del área de su banca. A veces se sale del rectángulo delineado hecho una furia para seguir mandando. En contraste, Chucho Ramírez conserva la misma calma que ha subyugado el ritmo del partido.
La misma historia se repite en el segundo tiempo. El marcador queda igualado a cero lo que demuestra la poca iniciativa de los cuadros competidores. La mediocridad que hace mella al balompié nacional aterrizó en el Azteca y provocó que una gran parte del graderío plasmara su inconformidad y se despidiera mediante silbidos y mentadas de madre.
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Maniqueo
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