Hay que reconocerlo, quien se acerca a las letras es por gusto propio. Antes de aprehender a leer, según los ojos de mi mamá que atestiguaron esos “preciosos” momentos, me sentaba en el piso a hojear Condorito y a reírme de los dibujos de Calvin & Hobbes. No entendía nada de lo que veía pero puedo asegurar que disfrutaba lo observado.
Sí, el mexicano lee en promedio medio libro por año. Podrán enumerarse un sinfín de causas y motivos para que el grueso de la población refleje tal cifra, pero siempre habrá un punto de quiebre argumentativo. En el pasado, como dice Monsiváis, no se leía mucho. Las nuevas tecnologías tampoco han afectado al hábito; al contrario, éstas han difundido las novedades editoriales y provocado la mundialización de los contenidos de los libros. El problema del desinterés por los libros es multifactorial.
Yo podría adjudicar el rezago de la lectura en México a los tiempos coloniales. ¿Acaso somos culpables que nos conquistara un país católico? Nadie es culpable que la doctrina protestante no doblegara al espíritu crítico de los americanos.
Es curioso, la Nueva España fue la primera colonia americana en tener imprenta. Mucho papel se desperdició en publicaciones sacramentales y pocos tenían el poder de acceder a las letras. Sin embargo, en todo sistema existen excepciones.
Sor Juana Inés de la Cruz (Juana de Asbaje, ya entrados en confianza) es la mujer más reconocida por el mundo literario. Es increíble que después de ella la primera novela mexicana, El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi, apareciera hasta 1816. Si en el pasado no hubo continuidad, que no nos extrañe que después del “realismo mágico” no exista una corriente que le continúe.
Gobierno y editoriales pueden evitar las prácticas de la lectura y la difusión del libro pero hay que reconocer que no son limitantes absolutas. El libro ha sobrevivido a millones de atentados, desde la quema de la Inquisición hasta el daño colateral que las guerras provocan.
Podría ser una idea romántica pero mientras el hombre siga en la tierra y aun halla fenómenos que dominar, los libros existirán para difundir el conocimiento. Y sólo se acercarán a ellos los miembros más fuertes de la sociedad o aquéllos que, hartos de la realidad, se refugien en sus ilustraciones y sus tramas persuasivas.
Sí, el mexicano lee en promedio medio libro por año. Podrán enumerarse un sinfín de causas y motivos para que el grueso de la población refleje tal cifra, pero siempre habrá un punto de quiebre argumentativo. En el pasado, como dice Monsiváis, no se leía mucho. Las nuevas tecnologías tampoco han afectado al hábito; al contrario, éstas han difundido las novedades editoriales y provocado la mundialización de los contenidos de los libros. El problema del desinterés por los libros es multifactorial.
Yo podría adjudicar el rezago de la lectura en México a los tiempos coloniales. ¿Acaso somos culpables que nos conquistara un país católico? Nadie es culpable que la doctrina protestante no doblegara al espíritu crítico de los americanos.
Es curioso, la Nueva España fue la primera colonia americana en tener imprenta. Mucho papel se desperdició en publicaciones sacramentales y pocos tenían el poder de acceder a las letras. Sin embargo, en todo sistema existen excepciones.
Sor Juana Inés de la Cruz (Juana de Asbaje, ya entrados en confianza) es la mujer más reconocida por el mundo literario. Es increíble que después de ella la primera novela mexicana, El Periquillo Sarniento de Fernández de Lizardi, apareciera hasta 1816. Si en el pasado no hubo continuidad, que no nos extrañe que después del “realismo mágico” no exista una corriente que le continúe.
Gobierno y editoriales pueden evitar las prácticas de la lectura y la difusión del libro pero hay que reconocer que no son limitantes absolutas. El libro ha sobrevivido a millones de atentados, desde la quema de la Inquisición hasta el daño colateral que las guerras provocan.
Podría ser una idea romántica pero mientras el hombre siga en la tierra y aun halla fenómenos que dominar, los libros existirán para difundir el conocimiento. Y sólo se acercarán a ellos los miembros más fuertes de la sociedad o aquéllos que, hartos de la realidad, se refugien en sus ilustraciones y sus tramas persuasivas.
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