sábado, 7 de noviembre de 2009

Soraya

Su cara me era familiar. No soy buen fisonomista pero su rostro me viene al mismo ritmo en el que aparece el hipo del beodo. Quien sirve los tragos en este lugar lo hacia antes en San Ángel, en la sucursal hermana de mezcales de ésta, la de la Condesa. Afuera del establecimiento, mientras me fumo un cigarrillo, le hago la plática.

Oye, ¿qué no antes estabas en San Ángel?

Si cabrón, pero la Botica de allá la cerraron como hace siete meses.

¿A poco sí? ¿Entonces no tienes mucho tiempo de trabajar aquí, verdad?

No mano, llevo los mismos siete meses que el changarro lleva de cerrado.

Cada vez que llega más gente al local interrumpe nuestra charla. Además, tiene que guardar el control afuera ya que algunos clientes salen a acompañar sus bocanadas de tabaco con sus tragos de mezcal. La humedad de la noche hace más apetitosa la combinación de alcohol y cigarro.

Viendo a la gente que viene a tomar a la Condesa, supongo que las propinas son buenas ¿no?

No te creas, en todos los lugares te encuentras de todo. Hay personas a las que trato bien y les consigo mesa de volada, y al final, no te dan ni madres. Me han tocado veces que los que vienen en grupo dejan propina, y así como los ves de fresas y ricos, los que salen al último se regresan a la mesa para llevarse unos pesos…

Chale, ¿a poco así de panteras?

Sí güey, pero te digo, es como en todo. Otras veces te hacen poco consumo y te dejan más del 15 por ciento.

¿Y vives muy lejos de aquí?

No tanto, vivo por Viaducto, cerca del Palacio de los Deportes, pero la chamba lo vale.

¿Te gusta entonces tu chamba?

La neta sí. A pesar de venir lejos no me aburro, conozco gente y me la paso bien.

Su voz grave se vuelve a interrumpir. Se disculpa y me dice que tiene que regresar a la barra para seguir mesereando. Yo por mi parte termino mi cigarro y decido ir a finiquitar mis dos onzas de miel de Oaxaca.

Veo desde el otro lado de la barra cómo va de un lugar para otro. No impide el paso a los ambulantes; y así es como ingresa un vendedor de toques. Los que están por abrazar a la ebriedad retan su estado con voltios.

Su aspecto confunde. De pronto llega a la mesa en donde el de los toques está haciendo su Agosto. El más tomado invita y es así como se hace de las dos resistencias. Poco a poco esa cara familiar se va desfigurando, los brazos nervudos y tatuados crepitan y del esfuerzo sólo le sale un leve gemido.

“¿Ves a ese cabrón que está en lo de los toques? Es el cabrón que antes nos atendía en San Ángel”. No seas mamón, no es güey, ¿qué no ves que es mujer?

La gente de la mesa la empieza a vitorear: “Soraya, Soraya, Soraya”. El que creí que era mi mesero suelta los metales y regresa a la barra; y me interpongo en su camino.

¿Cuánto aguantaste?

Nomás 90.

Ya veo por qué te diviertes tanto

Jajajaja, a güevo, y eso que aun esto no está lleno.

Al final me voy sin dejarle propina.

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